de llamarse Álvaro Por Hector Ismael Sermeño
Muchos escritores y poetas nacionales "consagrados o no", principiantes, advenedizos y aprendices, han trivializado la estructura dramática y entre tanta obra producida y/o publicada, se incluye una que otra pieza teatral. No pudieron resistirse al "encanto" de imaginar sus ideas en voces de personajes de las tablas. Son los escribelotodo que apenas nos quieren demostrar su "versatilidad literaria". No hay profesionales de la dramaturgia. Por eso estos aficionados no han trascendido en el teatro. No pudieron entender que construir un drama, una comedia, una tragedia o cualquier expresión del lenguaje del teatro, no es imaginar tramas folletinescas, telenovelescas y similares, carentes de la más mínima trascendencia y copiadas de las estructuras débiles y pasajeras de los destajistas españoles, argentinos y mejicanos, los cuales son conocidos acá más como adaptaciones al cine, o sea teatro filmado. Por otra parte, eso que llaman representar son generalmente montajes primitivos, carentes de sentido. No tienen puntos de comparación, de competencia ni de referencia que los clarifique. Y, si se les señala, lloriquean, se lamentan, protestan y se autodenominan incomprendidos de la crítica y del público. Este ha sido el gris panorama del teatro salvadoreño durante el siglo XX. Los teatreros, que no teatristas y demás involucrados en eso que llaman hecho teatral, sólo se quejan de falta de apoyo y carecen de profesionales actitudes. El público no dice nada, no opina; en ocasiones aplaude porque entendió, o porque le gustó. Generalmente no comprende ni disfruta el momento estético. Y, es que a veces, tampoco existe.
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